El día y un café saben mejor acompañados.

by Administrador Web.

No sé por qué hoy nada ha salido como yo esperaba.

¿Será esto lo que se conoce como levantarse con el pie cambiado?

Al levantarme en la mañana di vuelta la mesita del lado de la cama donde descansaba una foto mía cuando me graduaba en la secundaria.

El cristal que cubría la añorada foto se hizo pedazos. Compraré otro, pensé, intentando no pisar los cristales que, diseminados y peligrosos, reposaban sobre la azul alfombra.

Después intenté bañarme y con la cabeza llena de champú y el cuerpo de jabón, me enteré por un vecino que me gritó desde la ventana del frente que aquel día cortaban el agua en la finca donde yo vivía. Y nadie me avisó. Me acordé de los parientes del presidente de la finca y de los funcionarios de la compañía de agua hasta la cuarta generación.

Más tarde fui hacia la cocina con la intención de prepararme un café y una inoportuna llamada desde la policía me puso en cuenta que mi coche se lo había llevado la grúa por estar mal estacionado frente a mi propio apartamento.

Un rato más tarde la compañía de seguros también llamó para decirme que ese mismo día vencía el seguro del coche y que si no lo renovaba me quedaría sin cobertura en caso de algún percance.

¿Qué más – volví a reflexionar mientras colgaba el teléfono en la pared – me puede pasar hoy día?

Comencé a planchar con desgano la mejor camisa que tenía y en ese momento me acordé que el agua que había puesto para el café, de seguro, estaba hirviendo desde hacía rato. Corrí a la cocina y era así efectivamente. La cafetera estaba casi seca y un fuerte olor a quemado se esparcía por la pequeña habitación de la cocina. Abrí las puertas y ventanas para que aquel olor se diluyera con el aire fresco.

Estaba en esta tarea cuando otro olor más penetrante y siniestro me asaltó en la cocina. Corrí hacia donde procedía y con estupor me percaté que la plancha caliente puesta sobre mi camisa había dejado un gran agujero a la altura del cuello.

Puse el poco café que quedaba en una taza y casi como un zombi intenté beberlo. Me supo amargo, a poco, a burla, decepción y derrota. Segundos más tarde era una mancha oscura colgada en la pared de la cocina, semejante al trazo de una larga y deforme pintura surrealista.

De pronto tuve miedo de salir a la calle. Sentía pánico. Porque después de todo lo que me había sucedido ¿Dónde me encontraría más seguro: Fuera o dentro de casa?

Resuelto decidí salir afuera, no sin antes cerciorarme de que todo estaba en su lugar y no había nada encendido o conectado que pudiera traerme consecuencias mayores y terribles más tarde.

Entré en el primer café que encontré abierto. Una decena de personas esparcidas por aquí y por allá disfrutaban de las escasas ofertas mañaneras que aun quedaban del día anterior. No conocía a nadie. Lancé un saludo, como un gruñido al aire, y unos cuantos gruñidos amables devolvieron mi gutural presentación.

Pedí un café y me quedé estático mirando la televisión mientras el camarero se esforzaba por prepararme un café común. La hermosa presentadora de bellos ojos verdes sonreía de forma dulce mientras hablaba de rescate financieros, primas de riesgo, recortes salariales, fusión de bancos, finanzas alemanas, independentismos, deslealtades políticas, olimpiadas, incendios, calores estivales, turismo, desempleo, deportes, clásicos futbolísticos, farándula, guerras y festividades regionales o religiosas. Ceo que sonreía para endulzar la profunda dureza de algunos de los conceptos que mencionaba.

Pensé en que si cada una de aquellos eventos nombrados fueran ingredientes, cuál sería el producto final que surgiría de la mezcla de todos éllos. ¡No quiero ni imaginarlo!

El fragante olor del café que aterrizaba frente a mis ansiosos ojos me devolvió a tierra. Sentí como si hubiese vuelto a casa en los mejores momentos.

Un anciano que no encontraba un lugar donde sentarse, me pidió permiso para ocupar un sitio junto a mí y beberse su matinal copa de brandy. Accedí de mala gana, ya que no me gusta sentarme con extraños. Pero en menos de diez minutos nuestra lenta y monosilábica conversación se convirtió en una que ya rayaba el valor de una antigua amistad.

Esa mañana el café y la vida me parecieron diferentes al escuchar el cúmulo de vida y experiencias de aquel desconocido anciano. Y me identifique con muchas de sus vivencias.

A veces buscamos superhéroes en las revistas o en las películas, cuando les tenemos diariamente pasando frente a nosotros. Aquella mañana me crucé con uno de éllos. Héroe jubilado, pero héroe al fin y al cabo.

¿Cuántos conocimientos y consejos perdemos al no permitir que la experiencia nos hable desde su propia cátedra?

¿Fue la suma de todo lo que me sucedió al comenzar el día una dirección para encontrarme con aquel hombre?

Y si las cosas me hubiesen sucedido de forma normal: ¿La suma de coincidencias me habría llevado hasta él? En realidad nunca lo sabré.

Pensé en todas las cosas que me habían sucedido tan sólo un par de horas atrás. Parecían tan nimias al lado de todos los desafíos que aun me quedaban por delante y que pude percibir a través de la conversación con aquel extraño y amable anciano.

Más tarde, con calma y tranquilidad, llegué a la conclusión que el día y un café saben mejor acompañados.

Mas todavía si escuchas una experiencia que puede marcar la senda de tu vida para siempre… y si por tu camino se cruzan las personas correctas y oportunas.